Formación o experiencia: ¿Qué nos define como profesionales del trabajo social?
En la nuestra o en cualquier profesión, surge una pregunta que invita a profundizar en nuestra identidad profesional, en nuestra esencia como profesionales y en los valores que nos impulsan en nuestro quehacer diario: ¿Qué nos define como profesionales? ¿Qué nos hace profesionales del Trabajo Social? ¿Cómo nos construimos como trabajadoras sociales? ¿Cómo perfilamos nuestra particular mirada profesional?
Nuestra identidad profesional está moldeada por una diversidad de rasgos intrínsecos y adquiridos a lo largo de nuestra trayectoria. Nuestro temperamento, ese conjunto único de características innatas, se entrelaza con nuestro carácter, moldeado por el aprendizaje y la interacción con nuestro entorno. Si bien es cierto que gran parte de nuestros conocimientos se adquieren en el ámbito académico, no podemos ignorar el invaluable aprendizaje que surge de nuestra interacción con la realidad. Es en la práctica diaria donde forjamos nuestra identidad profesional: en la colaboración con colegas, en la ejecución de proyectos, en el contacto con los destinatarios de nuestro trabajo y en las experiencias acumuladas a lo largo del camino. Es decir, el ejercicio del trabajo social nos sitúa en un escenario de relaciones complejas donde debemos aprender a proyectar desde lo concreto.
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Sin embargo, existe un segundo nivel de interacción que trasciende lo individual y nos conecta como comunidad profesional, nos permite elaborar un sentido de pertenencia a la profesión. Es aquí donde nuestro colegio profesional desempeña un papel crucial, aglutinando bajo el mismo paraguas a las profesionales del Trabajo Social que intervienen en una diversidad de áreas y realidades diferentes, con diversa experiencia, con edades dispares, etc. Precisamente desde esa pluralidad y su destilación para conseguir la esencia de lo que consideramos que es la definición del Trabajo Social desde la praxis, el Colegio Oficial de Trabajo Social da la posibilidad de construir profesión.
Cuando hablamos de «hacer más y mejor trabajo social«, nos referimos a ese constante esfuerzo por identificar y ordenar los fundamentos que definen nuestra profesión. Es un compromiso con la excelencia y una búsqueda constante de mejora que nos impulsa a seguir adelante. Una parte esencial de nuestra labor como trabajadoras sociales radica en cómo ejercemos nuestra profesión y en cómo interactuamos tanto con los sistemas en los que operamos como con las personas a las que ofrecemos nuestros servicios. Reconocer el acto profesional como una capacidad de acción independiente dentro de las estructuras y sistemas, pero también como una responsabilidad indelegable, es fundamental para la construcción de nuestras relaciones y entornos profesionales. Todo este proceso, que constituye nuestra identidad profesional, se configura como un elemento central que regula nuestro ejercicio.
Nuestro Código Deontológico, concebido como una herramienta en constante diálogo con la realidad, encarna la dualidad entre deber y derecho que sustenta nuestra práctica profesional. Tenemos el deber de cumplir con los compromisos que libremente hemos adquirido, al tiempo que tenemos el derecho a ser reconocidas en ese cumplimiento. A través de la estructura colegial, la profesión se dota de un marco normativo compartido que guía nuestra actuación y nos otorga legitimidad.
La construcción de nuestra profesión también se nutre de la percepción que la sociedad tiene de nuestro trabajo. No basta con que nuestro ejercicio sea vocacional y efectivo; es crucial que sea valorado adecuadamente por la ciudadanía, las instituciones y otros actores sociales. Si no somos capaces de comunicar el valor y la relevancia del Trabajo Social, otros lo harán por nosotras, lo cual no garantiza una comprensión completa y adecuada de nuestra labor.
En resumen, construyo mi identidad profesional en la medida que ejerzo y me relaciono de una manera intencional con mis pares, desde la libertad de comprometerme con mi praxis y, por tanto, con una regulación deontológica compartida con mis iguales y que aporta un valor claro a la sociedad e identificable por la misma.
Nuestro colegio profesional proporciona el espacio necesario para este desarrollo, donde la colegiación no solo es un deber, sino también un derecho que nos permite construir colectivamente nuestra profesión. En este espacio, las profesionales en ejercicio tienen la oportunidad de desarrollar, regular y representar nuestra disciplina, contribuyendo así a su evolución y reconocimiento continuo en la sociedad.
Francisco García Cano, director gerente del COTS Madrid